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jueves, 1 de agosto de 2013

El guardián entre el centeno.

Leer la obra maestra de J.D Salinger es hacer inevitablemente una introspección para descubrir qué es lo que tenemos dentro, aquello que odiamos o por contra, lo que ansiamos con todas nuestras fuerzas. En ocasiones, es también el desencadenante de que rememoremos nuestra adolescencia con objeto de sumergirnos en lo que algún día fuimos.

“El guardián entre el centeno”, uno de los clásicos de la literatura moderna estadounidense, es el retrato intemporal del mundo a ojos de un adolescente, Holden Caulfield.
Reflejo del deseo de liberación, de emancipación del deber, pero también del sentimiento de incomprensión recíproco con un entorno hipócrita, falso y narcisista y la crítica ávida de los que se han conformado tácitamente con las normas morales impuestas.

El protagonista transitará Nueva York en soledad durante dos noches, siendo partícipe de multitud de situaciones que abordarán aún de manera ingenua cuestiones como la drogadicción, el alcoholismo o la prostitución.
Irá a la vez dejando al desnudo la complejidad y la simplicidad de la mente adolescente, la inmadurez y el juicio, la superficialidad y profundidad de los pensamientos del protagonista que no se encuentra sino en un bucle de hastío, pesimismo y vacío.

Con un lenguaje coloquial, plagado de asiduas reiteraciones y frases hechas conseguiremos naufragar en el misterio de la psicología adolescente, desde el origen de todas las cavilaciones que alguna vez tuvimos o tendremos al fin irremediable de toda etapa. 

¿Lograremos hallar algún recodo de esperanza, el lugar en el mundo que todos creímos haber perdido?

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