Leer la obra maestra de J.D Salinger es
hacer inevitablemente una introspección para descubrir qué es lo
que tenemos dentro, aquello que odiamos o por contra, lo que ansiamos
con todas nuestras fuerzas. En ocasiones, es también el desencadenante de que rememoremos nuestra adolescencia con
objeto de sumergirnos en lo que algún día fuimos.
“El guardián entre el centeno”,
uno de los clásicos de la literatura moderna estadounidense, es el retrato intemporal del mundo a ojos de un
adolescente, Holden Caulfield.
Reflejo del deseo de liberación, de
emancipación del deber, pero también del sentimiento de
incomprensión recíproco con un entorno hipócrita, falso y narcisista y la crítica ávida de los
que se han conformado tácitamente con las normas morales impuestas.
El protagonista transitará Nueva York
en soledad durante dos noches, siendo partícipe de multitud de
situaciones que abordarán aún de manera ingenua cuestiones como la
drogadicción, el alcoholismo o la prostitución.
Irá a la vez dejando al desnudo la
complejidad y la simplicidad de la mente adolescente, la inmadurez y
el juicio, la superficialidad y profundidad de los pensamientos del
protagonista que no se encuentra sino en un bucle de hastío,
pesimismo y vacío.
Con un lenguaje coloquial, plagado de
asiduas reiteraciones y frases hechas conseguiremos naufragar en el
misterio de la psicología adolescente, desde el origen de todas las
cavilaciones que alguna vez tuvimos o tendremos al fin irremediable
de toda etapa.
¿Lograremos hallar algún recodo de
esperanza, el lugar en el mundo que todos creímos haber perdido?
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